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El corredor del tiempo: Sidney Mintz en Puerto Rico

Silvia Alvarez Curbelo

Presentación del doctor Sidney Mintz con motivo de su conferencia “CHANGING THE ETHNOGRAPHIC CONTEXTS: SOME PERSONAL OBSERVATIONS “. Instituto de Estudios del Caribe, Universidad de Puerto Rico, 27 de febrero de 2014.

 


Conocí el nombre de Sidney Mintz desde el afecto profundo y valoración intelectual profesados hacia él por Charlie Rosario, que dirigió en los años sesenta del pasado siglo el Programa de Honor de este Recinto.  Rosario fue mi mentor y el de muchos amigos como Edgardo Rodríguez Juliá, Jorge Rodríguez Beruff, Marcia Rivera, Antonio Gaztambide, Chuco Quintero y tantos otros, en momentos donde cuestionamientos sinceros de nuestra parte y alguno que otro berrinche generacional se cruzaban con la transmisión de archivos sabios sobre nuestro país que Charlie gestionaba con empeño.

Rosario tenía una inversión muy fuerte en enlazarnos con una tradición de exploradores sociales que habían recorrido la isla a lo largo del siglo 20 y producido una bibliografía sin la cual se hace difícil, si no imposible, penetrar en las geografías hondas de Puerto Rico. Quería tender puentes con los estudiantes que habíamos ingresado a la Universidad de Puerto Rico sin conocer al país antes de 1940.

Rosario, Belén Barbosa y Héctor Estades, que colaboraron con el Programa de Honor, nos abrieron una valiosa caja de herramientas intelectuales y de sentido común para percibir la complejidad de los tránsitos vertiginosos que habían convertido a Puerto Rico en una sociedad moderna o así creíamos.  Potenciaron el encuentro con una secta maravillosa de practicantes de saberes de la modernidad como la sociología y la antropología con miradas, escuchas y abordajes novedosos.

Había mucho de biografía en las motivaciones de Charlie. En tiempos de desventura, marcados por la penuria campesina y los embates tropicales en forma de enfermedad o de vendaval que se llevaba esperanzas, vidas y futuros, su padre, José Colombán Rosario, había formado parte de un proyecto de investigación auspiciado por The Brookings Institute y que fue publicado con el título de Porto Rico and its problems en 1930. Pasados 84 años, resulta todavía alucinante leer las notas de aquel investigador de campo, Colombán Rosario, navegando entre el método científico que lo distanciaba y la cultura de la cotidianeidad que lo acercaba a las comunidades que observaba.

Y como si fuera poco, Charlie Rosario mismo había sido uno de los colaboradores puertorriqueños en un proyecto iconoclasta gestado por la Fundación Rockefeller y el Centro de Investigaciones Sociales a finales de la década de los 1940: The People of Puerto Rico, dirigido por Julian Steward, donde participó también un joven estudiante de Columbia University llamado Sidney Mintz.

En una estupenda entrevista que concedió hace siete años a Charles Carnegie, Mintz señalaba que Steward se había empeñado en aplicar el pensamiento antropológico a sociedades que la disciplina había ignorado, sociedades de modernidad compleja.  Puerto Rico no parecía tener las marcas distintivas del objeto antropológico tradicional, pero Steward y su equipo estaban ampliando las fronteras de la antropología, algo que Mintz ha continuado haciendo a lo largo de su carrera.  No hay nunca descanso para el explorador que ha probado lo amargo y lo dulce del azúcar; que se ha conmovido con las manos callosas del trabajador de la caña y que desde hace unos años se deleita también con la memoria del paladar, como diría el estimado historiador de alimentos y cocinas, Cruz Ortiz Cuadra.

Para el proyecto The People of Puerto Rico cada miembro del equipo escogió una comunidad que representaba un modo distintivo de vida y trabajo. Mintz dice que quizás fue por masoquismo que escogió una comunidad de plantación azucarera. Esperaba ser “cordialmente odiado” por los miembros de la comunidad pues la huella de las corporaciones azucareras era demasiado pesada, especialmente en la franja sur de la isla.  Para su sorpresa, la gente no lo confundió con una corporación norteamericana y le abrieron las puertas de la casa y las puertas del alma.

Mintz llegó en 1948 al Barrio Jauca en Santa Isabel, una comunidad rural inserta entonces en una zona histórica y antropológicamente liminal donde convergían culturas campesinas tradicionales con culturas proletarias propias del siglo 20.  Allí, en tierras del sur, nació una relación entre Mintz y Puerto Rico que ha durado toda una vida. En la entrevista a Carnegie confiesa que ha reflexionado más sobre su “experiencia en Puerto Rico” que sobre su experiencia en cualquier otro lugar que haya estado. Esa experiencia/vida puertorriqueña se ha vertido en amistades entrañables y en tantas aportaciones, inspiraciones y enseñanzas que estaríamos toda la tarde enumerándolas.

Además de ser Puerto Rico su rito de pasaje, la razón profunda de su atadura con Puerto Rico fue la amistad que sostuvo por años con Don Taso Zayas y su familia.  A lo largo del cultivo de esa amistad – Mintz señala- aprendió a mirar el corredor del tiempo que Taso había recorrido en su vida.  La epifanía del corredor produjo en Mintz un sacudimiento interior que entonces apenas entendió pero que eventualmente sostendría su destino como explorador de las complejas relaciones entre individuo y comunidad.

En 1960, Mintz publicó Worker in the Cane cuya versión en español bajo el sello Huracán Taso, trabajador de la caña, apareció en 1988. En el prólogo de la edición en español, Francisco Scarano describe a Taso como una lectura conmovedora de reflexión y placer. En efecto, Taso nos conmueve porque Mintz nos hace partícipes con generosidad de la experiencia del corredor del tiempo que representó un momento transformativo en su persona y en su labor intelectual.  Nos conmueve también por la capacidad de Mintz de articular lo social con lo personal; la humanidad común y la diferencia producida por la especificidad de las culturas entre sí y a su interior.  Así lo expresa Mintz:  Difference, contrast, is natural to our species, to our apperception of the world. Contrast is what allows us to see, without contrast we don’t really see.

Hay deudas que son insaldables, cuentas que no se acaban nunca de pagar, como dice la canción de Rubén Blades. El saber caribeño tiene una deuda con Sidney Mintz, nuestro país la tiene, y así también la Universidad de Puerto Rico. Somos deudores del intelecto de Sidney Mintz, de su humor, de su solidaridad y de sus cariños.  Todavía no hemos sabido dar completamente las gracias.  Hoy que lo recibimos en ésta, una de sus casas, es un buen momento para agradecer, más allá de los recuerdos, de los reconocimientos, de las buenas intenciones y de las promesas. A través de los años, Mintz acumuló una colección de más de 6,000 volúmenes de libros, manuscritos, tesis no publicadas, periódicos, revistas y colecciones de cartas. En el 2001, Mintz donó su colección a la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. 13 años después y 65 años de su primera visita a Puerto Rico, aún no hemos dado adecuadamente las gracias. Es hora de abrir el archivo del país caribeño que somos y que anida en la Sala Mintz-Lewis.

Hoy, Sidney Mintz, nos hablará de la etnografía que hace en la actualidad.  Es nueva pero a la vez es la misma que practicó como joven estudiante en Santa Isabel: es  el oficio de la mirada, la escucha y la significación que hace que el conocimiento se acuerpe, las teorías no sean colonizaciones que asfixien la vida y que las utopías no sean fantasías guajiras sino proyectos de sentido.  Como Cañamelar, el espacio iniciático de su frondosa carrera, la etnografía sigue siendo dulce y amarga, Como suele ser la vida, contraste. Con ustedes, Sidney Mintz.